En el ámbito hospitalario, los médicos utilizan algunos criterios para declarar la muerte. Entre ellos están la ausencia de pulso, la ausencia de respiración, la ausencia de reflejos y la ausencia de contracción de las pupilas a la luz brillante. En la actualidad se contempla la opción de que nuestro cerebro sigua «trabajando» durante unos 10 minutos después de la muerte, lo que significa que nuestro cerebro puede, de alguna manera, ser consciente de nuestra muerte. Tras lo cual podemos contemplar las siguientes fases:
La temperatura corporal comienza a descender
Como la temperatura del cuerpo desciende a un ritmo bastante constante después de la muerte, si se conocen las condiciones que la afectan, puede ser posible establecer una hora estimada de la muerte. La temperatura media del cuerpo vivo es de 37⁰C o 98,6⁰F. A temperatura ambiente, la temperatura del cuerpo desciende aproximadamente 1,5⁰C en la primera hora después de la muerte, y entre 1,5 y 1⁰C cada hora después. La temperatura corporal central del fallecido suele tomarse lo antes posible en el lugar de los hechos, ya sea con un termómetro rectal o con una lectura del hígado. El estudio de la temperatura corporal suele ser relevante sólo dentro de un plazo determinado, generalmente hasta que la temperatura corporal se ajusta a la del entorno.
Hay que tener en cuenta una serie de factores que afectan a la velocidad de descenso de la temperatura corporal. Un cuerpo desnudo perderá calor más rápido que un cuerpo vestido, al igual que un cuerpo de menor peso perderá calor más rápido. El entorno en general afectará a la tasa de pérdida de calor de forma sustancial. Un cuerpo sumergido en el agua perderá temperatura a un ritmo más rápido que un cuerpo en el desierto, por lo que es imprescindible que el investigador tome nota de la temperatura y las condiciones generales de la escena del crimen.
El cuerpo se relaja y comienza a descomponerse
En el momento de la muerte, todos los músculos del cuerpo se relajan, un estado denominado flacidez primaria. Los párpados pierden su tensión, las pupilas se dilatan, la mandíbula puede abrirse y las articulaciones y extremidades del cuerpo se flexibilizan. Con la pérdida de tensión en los músculos, la piel se descuelga, lo que puede hacer que las articulaciones y los huesos prominentes del cuerpo, como la mandíbula o las caderas, se pronuncien. Cuando los músculos se relajan, los esfínteres se liberan y permiten el paso de la orina y las heces.
La descomposición es el proceso continuo por el que los tejidos de un organismo muerto se descomponen en sustancias más simples. Al igual que la temperatura del cuerpo, el entorno también afecta a la velocidad de descomposición. Un cadáver se descompone mucho más rápido en condiciones de humedad, mientras que un entorno seco ralentiza el ritmo.
Se produce la fase de Livor Mortis
También conocido como hipóstasis, se produce cuando la sangre deja de circular por el cuerpo y desciende hasta su punto más bajo, lo que provoca una decoloración rojiza-azulada de la piel. A los pocos minutos de que el corazón se detenga, el cuerpo comienza a palidecer a medida que la sangre se drena de las venas más pequeñas de la piel. Este proceso puede ser más visible en las personas de piel clara que en las de piel oscura. El livor mortis se desarrolla con bastante rapidez, entre una hora y media y dos horas después de la muerte. Si un cadáver es trasladado a otro lugar o posición después de este tiempo, la decoloración puede ser un signo revelador del movimiento.
Rigor Mortis
Aproximadamente doce horas después de la muerte se produce un endurecimiento de los músculos, causado por la pérdida de ATP y la acumulación de ciertas sales en la fibra muscular. El ATP (trifosfato de adenosina) permite que la energía fluya hacia los músculos, en este caso para controlar las bombas de calcio dentro de la membrana de las células musculares. Esto conduce a una acumulación de iones de calcio, lo que en última instancia provoca contracciones musculares y rigidez. La rigidez cesará de forma natural cuando los iones de calcio hayan sido expulsados. Aunque el rigor mortis dura unas doce horas, puede «romperse» mecánicamente moviendo los músculos rígidos por la fuerza. La presencia y el estado del rigor mortis pueden utilizarse en ocasiones para determinar el tiempo transcurrido desde la muerte.